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MEDEA

Un vellocino, o vellón o zalea, es la piel curtida de una oveja que conserva la lana. El vellocino de oro pertenecía a un carnero, con alas y lana de oro, que llevó volando a Frixo a la Cólquida (por donde está la actual Georgia, en la costa este del Mar Negro). Frixo y su hermana Hele eran los hijos del primer matrimonio de Atamante, rey de Beocia (en Grecia, al oeste del Ática, su capital es Tebas). La segunda esposa de Atamante, Ino, hija de Cadmo, tenía celos de los niños y quería matarlos. Para protegerlos, la madre biológica, Néfele, se apareció con el carnero y los hijos huyeron montados en él por el mar. Pero Hele cayó y se ahogó (de ahí el nombre del Helesponto). Al llegar a la Cólquida, Frixo, agradecido a los dioses y a la hospitalidad del rey, Eetes, sacrificó el carnero y colgó el vellocino de un árbol. (A lo mejor era un roble y, entonces, el desocupado lector debe leerse La rama dorada, de J.G. Frazer, antes de continuar. Bueno, si no era un roble, también.)

Tiempo después, en Yolcos (en Tesalia, Grecia, al norte de Beocia), el rey Pelias, a quien un oráculo le había advertido de que un hombre con una sola sandalia le despojaría del trono, recibió a Jasón, que iba calzado con una sola sandalia porque había perdido la otra en el fango al cruzar un río. Jasón decía ser el legítimo heredero al trono, y Pelias debía de saber también que lo era, pues se mostró ‘dispuesto’ a concedérselo. Pero, teniendo en cuenta el oráculo, le puso una condición: traerle el vellocino de oro. El árbol del que colgaba el vellocino de oro estaba custodiado por una gran serpiente que no dormía nunca.

Con Dios y ayuda – porque había reunido un elenco de héroes, entre ellos Heracles y Orfeo, y además Hera y otros dioses colaboraron – Jasón llegó a la Cólquida.

En cuanto apareció, Medea se enamoró de él.

“Diminuto y oculto a los pies del mismo Jasón, [Eros] ajustó las muescas de la flecha al centro de la cuerda y, tensándola, directo con ambas manos disparó sobre Medea. El corazón de la joven se quedó atónito.”, nos cuenta Apolonio de Rodas.

Medea era hija de Eetes, el rey de la Cólquida a quien Frixo había regalado el vellocino. Era hechicera, sobrina de Circe – la misma que convirtió a los marineros de Ulises en cerdos y le dio un paseo por el Infierno - y sacerdotisa de Hécate. Conocía las plantas y los conjuros capaces de torcer la voluntad de bestias y humanos. Y decidió ayudar a Jasón, en contra de su padre y de los suyos. Porque estaba enamorada.

Igual que Pelias había accedido a entregarle el trono de Yolcos a Jasón siempre que pudiera traerle el vellocino de oro, Eetes se manifestó dispuesto a entregarle el vellocino de oro siempre que pudiera arar el campo con los toros bravos que vomitan fuego y matar a los guerreros que nacen de la tierra (véase Cadmo y Deucalión) tras sembrarla con los dientes de un dragón. Parecía imposible. Pero la maga Medea se había enamorado de él. Y, en efecto, le explica cómo realizar un sacrificio ritual y le proporciona un ungüento para superar las pruebas y llegar hasta el árbol del vellocino de oro. Y, una vez allí, adormece a la serpiente que nunca duerme:

“Mientras la sierpe se desenroscaba, la joven Medea invocó en su protección al Sueño, el más alto de los dioses, con un dulce encantamiento, para hechizar al monstruo, e imploraba a la soberana noctívaga, la diosa subterránea, que le concediera un ataque certero. El Esónida [Jasón] la seguía, aterrado.”

Pero no bastó esta invocación, y Medea necesitó rociar el líquido de una pócima con la que había mojado una rama de enebro sobre los ojos de la serpiente. Entonces sí se durmió y pudieron llevarse el vellocino que colgaba del árbol.

Y Jasón y Medea huyeron de la Cólquida.

Este es el relato que narra Apolonio de Rodas en su novela El viaje de los Argonautas. Se trata de una obra muy tardía para considerarla mitológica: data del siglo III antes de Cristo. Pero sabemos de la existencia del mito de Medea y Jasón desde mucho antes. Se menciona en la Odisea (s. VIII a. C.)  y en el siglo V a.C. Eurípides presentó en Atenas su obra Medea. Al contrario que en el caso de Eva o que en el de Lilith o Lilitu o en el de Ixquic, se conocen peripecias de Medea posteriores a la huida de la Cólquida que han hecho de ella uno de los personajes más jugosos de la literatura griega antigua.

Pero, si nos ceñimos estrictamente al episodio de la obtención del vellocino de oro, a pesar de la serpiente que lo guarda, que cuelga de un árbol encontramos casi con exactitud el mismo decorado y los mismos personajes interpretando los mismos papeles que en el mito de Adán y Eva comiendo el fruto prohibido en el Jardín del Edén. Cabe destacar la similitud entre las actuaciones de Jasón y Adán: Jasón estaba “aterrado” y Adán no sabemos si tuvo miedo, estaba convencido o qué. Lo único que dijo fue: “La compañera que me diste me sedujo”. Por lo que respecta a la serpiente, en ambos mitos está asociada al árbol. En el del Jardín del Edén, para traicionar a su creador y engañar a los humanos; en el del Vellocino de Oro, para defenderlo de cualquier ladrón.

Casi instintivamente, cuando pensamos en una serpiente – o en descendiente suyo: un dragón suele ser el caso - que vive en algún lugar, suponemos que la serpiente defiende ese lugar, como Pitón defendía el oráculo de Delfos hasta ser derrotada por Apolo, o como muchas leyendas que conocemos de dragones y castillos o de guardianes del Cielo o del Infierno. Lo habitual es que la serpiente esté a las órdenes del propietario del árbol, como lo está en el mito de Medea. Lo insólito es que sea habitante del país donde se encuentra el árbol y traicione al propietario, como en el mito de Eva. ¿Cometió un error Dios al crear a la serpiente y por eso se le volvió en contra? ¿Decidió crearla con libre albedrío y se desentendió de sus futuras elecciones? ¿O la creó sabiendo lo que iba a hacer y pasó un rato jugando con los humanos antes del expulsarlos del Paraíso?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La serpiente de Eetes – también llamada Dragón de la Cólquida – era hija de Equidna y de Tifón. Equidna era una diosa con cabeza y torso de mujer y abdomen de ofidio. (En alguna representación renacentista se ha mostrado así a Lilith, motivo por el cual se las relaciona.) Su hermano Ladón, completamente serpiente - aunque con habla humana - guardó el manzano del Jardín de las Hespérides hasta que Heracles lo mató para robar una manzana. Algunos de sus hijos alcanzaron el máximo nivel en el oficio de custodiar bienes ajenos: nada menos que Cerbero, el guardián del Infierno, el perro que en la Commedia de Dante indica con sus nueve colas a cuál de los nueve círculos le toca ir a cada desdichado; Ortro, el perro de dos cabezas que guardaba los bueyes rojos de la isla de Eritia, a quien liquidó Heracles. Otros desempeñaron el papel más genérico de monstruos a los que debía derrotar el héroe: la Hidra del lago Lerna, a la que le crecían dos cabezas cada vez que se le cortaba una y fue muerta por Heracles; Quimera, con cuerpo de cabra, cabeza de león y una serpiente por cola, que cayó a manos de Belerofonte; Esfinge, con cabeza de mujer, cuerpo de león y alas de ave, que mataba a todo aquel que no supiera resolver su enigma (¿cuál es el animal que tiene dos patas, tres y cuatro?)  hasta que llegó Edipo y lo acertó; las tres gorgonas, una de las cuales, Medusa, sirvió al héroe Perseo para cumplir la tarea dictada por Polidectes; el león de Nemea, cuya muerte constituyó el primero de los trabajos de Heracles; Etón, el águila que durante el día le comía el hígado a Prometeo y por la noche esperaba a que se regenerase; la cerda de Cromión, vencida por Teseo.

El personaje mítico del monstruo que traiciona a su amo no lo encontramos en ningún otro sitio que en el relato de Adán y Eva y el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, mientras que el del monstruo-serpiente que defiende un lugar o que, por lo que sea, debe ser matado por el héroe, lo encontramos por doquier. Por eso es lícito pensar que, en versiones anteriores, Adán – con la imprescindible ayuda de la magia de Eva – derrotaba a la serpiente y se hacía con el fruto prohibido. Solo así se entiende este mito como uno más en la mitología. Al igual que sucede con las especies en la naturaleza o con las lenguas naturales en la cultura, en la mitología no existe la generación espontánea. Los mitos surgen de mitos anteriores. Mutan en las funciones que ejerce un personaje, o en sus atributos, o en el contexto en que se da, o incluso en el resultado final, adverso o provechoso para el protagonista. Pero no aparecen de pronto, y menos aún con elementos comunes con muchos otros, pero invertidos en un sentido agudo.

Hemos visto que el Génesis se reescribió varias veces y en él se refundieron varias tradiciones orales. Y sabemos que la religión judía tiene un ineludible pasado politeísta, como todas. Se advierte una pulsión unificadora de todos los dioses en uno y de todas las acciones en decisiones exclusivas de Yahveh. Pero no vamos a ahondar en esto; por el momento, basta con señalar que consideramos el mito de Eva mucho más similar al de Medea de lo que pudiera parecer en una primera lectura. De momento, porque a lo mejor vemos que es al revés.

Se ha mencionado la supuesta magia de Eva. En la narración bíblica no existe tal magia, solo hay ingenuidad. Medea sí hace magia para ayudar a Jasón. Como la hace Isis – creando una serpiente - para obtener de Ra su nombre verdadero y decírselo a su hijo Horus

Las únicas diferencias son que aquí la serpiente se opone a que tomen el fruto, mientras que en el Génesis lo propicia, y que Adán y Eva no huyen con el botín, sino que son expulsados. “Serán las únicas, pero parecen trascendentales” -pensará el desocupado lector -. Parecen.

Otra mujer que ayudó al héroe a vencer al monstruo y que, gracias a ello, consiguió salir de la casa de su padre el rey y de su país fue Ariadna. Pero tampoco hizo mucha magia: se limitó a darle a Teseo un ovillo de hilo para que lo fuese desmadejando por el laberinto y así saber el camino que había hecho desde la entrada. El laberinto lo había construido Dédalo – el padre de Ícaro – para albergar/encerrar al Minotauro, un ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro que era hijo de Pasífae – la madre de Ariadna – y de un toro blanco del que se había enamorado. Para consumar su amor, Dédalo le había construido a Pasífae una estructura de madera con forma y piel de vaca, para que al toro le resultara atractiva, donde podía esconderse la mujer y ser penetrada. En fin, que Ariadna estaba en Cnosos, Creta, con su padre Minos, su madre Pasífae y su hermano con cabeza de toro que vivía en el centro de un laberinto. Quería salir de allí.

Además, el Minotauro solo comía gente joven, y, como Minos había vencido a Atenas en una guerra, los atenienses tenían que entregarle periódicamente siete muchachos y siete chicas como alimento. Y en eso llegó Teseo. Llegó a Creta con la misión de matar al monstruo, lo consiguió con la colaboración de Ariadna y ambos huyeron juntos. Como se fueron Adán y Eva del Jardín del Edén y Jasón y Medea de la Cólquida. Como se fueron solas Lilith y Lilitu del Edén y del árbol Huluppu.

Pero Teseo la dejó dormida en una playa de Naxos, la primera isla que encontró. Para Robert Graves el porqué de que Teseo abandonara a Ariadna “sigue siendo un misterio”. Hay varias versiones. Sin embargo, perfectamente podría explicarse señalando que el pacto consistía en que se la llevara de Creta a cambio de que ella le ayudara a salir del laberinto. Una vez en Naxos, los dos habían cumplido su parte.

Aunque Medea al final tampoco acaba bien, tuvo tiempo para vivir aventuras con Jasón antes de caer en desgracia.

 

 

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