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La creencia de que algunas propiedades de un objeto, animal o humano pueden transferirse a cualquier otro objeto, animal o humano igual que se contagian ciertas enfermedades está ampliamente difundida y estudiada. Tal vez el destino se pueda incluir entre estas propiedades transferibles. En la antigua Mesopotamia se creía firmemente en lo inexorable de los presagios, pero también se creía que el futuro que anunciaban podía suceder de varias maneras distintas. Así que, ante los eclipses de sol, que auspiciaban la muerte del rey, lo sustituían por un esclavo o por un súbdito sin importancia, para que la anunciada muerte de quien ocupaba el trono se cumpliera, pero el rey verdadero saliera indemne. Al elegido para la sustitución se le alojaba en palacio, se le vestía con la ropa del rey e incluso se le daba una reina durante el tiempo que duraba la amenaza, mientras el rey permanecía oculto en otro lugar. Después él y ella morían.

MESOPOTAMIA-MÉXICO

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El engaño explícito de Prometeo a Zeus es una excepción en este juego de mitos. Lo habitual es que no se reconozca, sino que se justifique el cambio de objeto del sacrificio como un cumplimiento normal de los designios de los dioses. Jean Bottéro, quizá la máxima autoridad en materia de cultura mesopotámica, defiende que, en efecto, no se trataba de “abusar de los dioses”, sino llevar a cabo sus decisiones “en otro soporte”. Pone como ejemplo de ello una práctica para tratar de esquivar la muerte: se enterraba un cabrito en lugar del afectado y se le hacían las exequias requeridas como si fuera él el fallecido. Se pretendía que la señora de los muertos, Ereshkigal, quedase satisfecha, pues se le había completado todo el ritual propio de las defunciones. (Si yo fuese Ereshkigal, sí pensaría que me están tomando el pelo.)

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En México, según nos cuenta fray Bernardino de Sahagún, en el mes de toxcatl, quinto del año, se sacrificaba a un joven que había vivido desde la celebración anterior gozando de todos los privilegios posibles y al que, veinte días antes del sacrificio, se le habían dado cuatro muchachas para que tuviera con ellas conversación carnal. Después de sacarle el corazón, descendían del templo el cuerpo en palmas. Y estos rituales no solo conformaban el ámbito público, sino también el privado. Entre otros casos, cuando un comerciante regresaba de un viaje exitoso, honraba al dios de los mercaderes, Yacatecutli, comprando esclavos y esclavas para ofrecérselos. El sacerdote que oficiaba el ritual despellejaba a la víctima para bailar luego cubierto con su piel, como si quisiera engañar a Yacatecutli haciéndole ve que era el muerto quien le ofrecía sus respetos. Como el dios tenía cinco hermanos, había que comprar esclavos para cada uno de ellos. Eso sí, antes de matarlos, los vestían como el dios, componiendo su imagen, y los trataban con la mayor atención.

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